Los humanos solemos complicarlo todo. Cuando nos dimos cuenta lo entretenido que era hacer las cosas de manera truculenta y rebuscada nos pusimos de lo más contentos y aprendimos muy rápido a dejar de disfrutar la vida simple. El mundo del vino por supuesto, no fue la excepción. Un buen día, hace muchísimo tiempo, un cuate que no tenía nada que hacer dejó olvidadas unas uvas en un ánfora (así les decían antes a las jarras). Unos días después y antes de vaciar su contenido se acordó que su mamá le había dicho que en esa casa nunca se tiraba nada y se empinó el contenido. Descubrió, sin querer, que esa planta silvestre y trepadora a la que después se conocería con el nombre de vitis vinifera, una vez fermentado su fruto, les regalaría a hombres y mujeres este milagro de la naturaleza que nos acompañará por los siglos de los siglos: el vino de mesa.
Muchos años después de que el vino fue simplemente el producto del trabajo y la paciencia de la iniciativa individual o familiar, pasó a convertirse en algo más complejo, se reguló su elaboración mediante leyes, reglamentos y edictos de autoridades y asociaciones. Nacieron entonces las clasificaciones, las zonas determinadas y las denominaciones de origen, para bien y para mal, como todo. De la manita, surgieron los sumos sacerdotes y con ellos los premios y las calificaciones. Al respecto quisiera hacerles algunas recomendaciones.
Va la primera: Desconfíen de los premios y las calificaciones si son tan amables. Los premios sirven para:
1). Hacer sentir importante al productor.
2). Darle oportunidad a la vinícola distinguida para elevar de inmediato sus precios.
3). Entretener al respetable.
4). Las tres anteriores al mismo tiempo.
Pensemos por unos instantes en el famoso concurso llamado, con inaudita arrogancia, Miss Universo (¿no habrá otras chicas intergalácticas en otros planetas dispuestas a desfilar frente a un selecto grupo de extraterrestres con la piel y el rabo verde?). En fin, tomo el caso como ejemplo ya que en la última edición del certamen para algunos debió ganar la señorita de Costa de Marfil o la de Andorra, por poner dos ejemplos, y no la de Venezuela. Sin embargo el jurado decidió que la mujer más hermosa del mundo es la de Venezuela y háganle como quieran ¡Bienvenidos amigos al mundo de lo subjetivo! en donde el que se ríe se lleva, eso que ni qué. Si a los señores y señoras del jurado les pareció que la señorita de Venezuela es la más guapa del mundo, háganle como quieran. Con los vinos pasa lo mismo, si nos dejamos guiar por la lista de premios acabaremos convencidos que tal o cual vino es mejor que el otro. Tenemos que ir aprendiendo a ser nuestro propio jurado. Eso sí, cuidado con el argumento de que el mejor vino es el que más me gusta. Eso lo vamos a decir cuando hayamos probado muchos. Así es que, poquito a poco, vamos creando nuestros propios criterios y respetando las opiniones de los demás para guiarnos y no para dejarnos influir. Como dice una de mis hijas, la peor “influenza” es la influencia humana y creo que tiene razón.
En cuanto a las calificaciones, bueno, qué les puedo yo decir. Hay quienes ya no se toman un vino que no haya sido calificado por la revista Wine Spectator de Marvin Shanken o que no haya sido mencionado, favorablemente claro, por el temido y lapidario Robert Parker. Y es que muchos se dejarán llevar por lo que los gurús digan, pero creo que se van a perder la emoción del descubrimiento como una forma de ejercicio personal y van a perseguir una presa exótica dejando ir muchas otras en el camino. Que nos vamos a equivocar, sí, la verdad muchas veces, pero cuando le atinamos la satisfacción es grande. Nomás les digo algo pero no le digan a nadie: hay productores que estudian las calificaciones de Robert y se ponen a hacer vinos como le gustan, para ver si los voltea a ver, ¿qué opinan? El velo inútil es todo aquello que creemos o asumimos como cierto por miedo a disentir, por ignorancia o, simplemente por la flojera de llegar a una conclusión personal, dejando en manos de otros lo que debería ser una decisión personal. Que sean los demás quienes decidan por nosotros, total, ellos son los expertos ¿no? Pues fíjense que no es así. En el mundo del vino, como en tantas otras cosas de la vida, las decisiones personales nos acercan más a nuestra verdad individual, esa cosa única e irrepetible que somos cada uno. Podemos ir por la ruta de los vinos de acuerdo a lo que dicen los libritos o de acuerdo a lo que dicen nuestros sentidos. La primera vía es, en apariencia, la más segura, la segunda la más divertida y enriquecedora.
Nos vemos hasta la próxima y mientras tanto ¡Salud!
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