No crean que vamos a hablar de uno de los éxitos más aclamados del príncipe de la canción; lo siento por los melómanos, pero no va por ahí. Más bien se trata de calores y fríos, digamos de grados centígrados (Celsius, si quieren apantallar a alguien) o sus equivalentes en la escala de Farenheit a la que tan acostumbrados estamos por estas tierras. Con estas dos escalas termométricas nos vamos a organizar para platicar un poco de las temperaturas a las que es recomendable conservar, transportar y consumir el vino. Así como Superman, tan fuerte él y tan apuesto, se ponía de veras mal con la kriptonita, vamos, de plano perdía el estilo, andaba patidifuso y daba verdadera lástima, convirtiéndose en el hazmerreír de la comunidad superhéroe hasta que se alejaba de ella, pues al vino le pasa más o menos lo mismo con el calor. Es, sin lugar a dudas, uno (no el único) de sus peores enemigos. Por lo tanto cuidémoslo de las altas temperaturas a toda costa. Esto no quiere decir que lo vamos a meter al refrigerador y asunto arreglado, tampoco. No es tan fácil, recuerden que estamos frente a una bebida compleja cuyos elementos químicos (naturales) continúan un proceso constante de acoplamiento y de maduración en algunos casos, que no puede ni debe ser violentado con cambios bruscos de temperatura. Vivimos en una zona de producción vinícola, cierto, sin embargo las temperaturas a medio día y sobre todo en estos meses, suelen ser muy elevadas llegando hasta los cuarenta grados, arriba de los cien Farenhait, lo que no es recomendable para la buena conservación o el consumo del vino, sea blanco, rosado o tinto. Por razones de espacio vamos a dividir en dos la referencia general sobre el asunto y en esta ocasión vamos a hablar de la conservación y el consumo del vino tinto. Un lugar fresco con poca luz y poco ruido es el ideal para guardar el vino, sin embargo hoy en día existen pequeños refrigeradores fabricados especialmente para la conservación del mismo que no son caros y tienen capacidad para veinte o treinta botellas, lo que no está mal para empezar. El refrigerador de la casa no es recomendable por tres razones: a) su temperatura es demasiado baja para el vino, estamos hablando de tres o cuatro grados centígrados sobre cero (demasiado frío), b) su uso más o menos intensivo provoca encendido y apagado de la luz interior lo que inhibe la estabilidad del vino y c) tratándose de un área común de dominio incierto, pueden llevarse la nada agradable sorpresa de que las cebollas o el pollo ocupen, sin previo aviso, el sitio de sus botellas por razones de espacio y porque “perecedero mata frasco” y, a ver, aléguenle al ampáyer.
La temperatura ideal para conservar vinos por un periodo más o menos largo, es decir entre tres y seis meses, es de 17 grados centígrados (63 F ), difícil lograrlo sin el famoso refrigerador de vinos, pero si no se puede, busquen un lugar en la casa en que haya poco movimiento, temperatura estable y poca luz (closet, bodega). La de consumo del vino rojo o tinto no debe ser mayor a los 20 grados centígrados (68 o 69 F ), un poco menos si se trata de vinos ligeros, digamos la que les recomiendo para guardarlos. Como ven y no hablo del verano mexicalense, las temperaturas en nuestra tierra pueden variar hasta veinte grados entre lo ideal y lo real a la hora de tomarnos un vino tinto. Lo que sí se vale es poner a enfriar un rato la botella en el refrigerador de la cocina (10 a 15 minutos, antes de abrirla, vigilando siempre los movimientos de las cebollas y el pollo) y, si de plano hace mucho calor, dejarla en una cubeta o hielera con hielo y agua mientras se consume, cuidando que no se enfríe demasiado. La próxima vamos a referirnos a los blancos y rosados y a los restauranteros conscientes y a los no tanto con relación al tema.
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