Vamos a ponernos de acuerdo en algo: el que no quiera oler no puede jugar ¿de acuerdo? Lo siento, pero si nada más quieren tomarse el vino y les da flojera meter la nariz en la copa, están descalificados. No me lo tomen a mal pero no se vale competir a la Madrazo. Si no se hace la carrera completa, no cuenta. Y es que no hay otra forma de apreciar el vino si no es a través de ese prodigio de la naturaleza humana conocido como bulbo olfativo, su sorprendente filtro llamado epitelio olfativo y su brazo armado: la nariz. Los vinos despiden olores como consecuencia de la oxidación de las moléculas que lo conforman. La magia del vino radica en su capacidad de evocar aromas de frutas, de humo, de chocolate y un largísimo etcétera. Y es que no existe otra bebida en el mundo que tenga la capacidad, por decirlo de alguna forma, de almacenar información aromática por el hecho de compartir moléculas iguales a las de otras frutas, plantas, aceites y miles de cosas que tienen olor. La cosa no es tan sencilla ya que a veces no es nada más una molécula de fácil identificación, sino el resultado aromático de la combinación de muchas de ellas, como por ejemplo el aroma a madera. Pero no se alarmen, aquí la idea es que todos estemos de acuerdo en que el vino huele, ese es uno de sus principales misterios, y huele a muchas cosas antes que a uva y el reto es siempre ir identificando sus olores, descubriendo que los vinos elaborados con tal o cual uva, tienen aromas característicos y muy peculiares. Es cosa de meter las narices donde sí nos llaman, que es adentro de la copa en la que nos hemos servido el vino. Huelan cada vez que descorchen una botella y poco a poco vamos a descubrir los aromas a cítricos, a pera o a manzana en muchos vinos blancos. También identificaremos aromas de frutas rojas como la fresa o la frambuesa en vinos tintos ligeros. A veces vamos a detectar un bouquet a vainilla en vinos que han reposado en barricas de madera por algún tiempo. Luego, en vinos de mayor cuerpo detectaremos aromas más fuertes como los de la pimienta, el chocolate, el café o la canela. Aprender a detectar los aromas de un vino nos va a ser de mucha utilidad para combinarlo de manera acertada con la comida. Antes les comenté que el calor era uno, pero no el único de los enemigos del vino. Pues les comento por ejemplo que, si quieren comer algo con salsa catchup lo más recomendable es combinar dicho platillo con un buen coctel Monterrey ( vaso con agua pura y cristalina) porque con el vino salen chispas. El picante, tan sabroso y buen acompañante de muchos de los platillos de la rica comida mexicana, tantito que se nos pase la mano, convierten al vino en una especie de brebaje con sabor a centavo egipcio, nada recomendable. Aguas también con el exceso de frío en el vino blanco. Me ha tocado probar algunos más fríos que un beso de suegra. No exageren por favor, recuerden que las temperaturas extremas y los alimentos demasiado condimentados o procesados no se llevan bien con el vino, que le vamos a hacer. En una botella de vino puede haber más de mil aromas diferentes, imagínense ustedes la complejidad de este milagro de la naturaleza. Nosotros, simples mortales a quienes cada vez nos hace menos falta el olfato porque nos han acostumbrado a no usarlo a base de aromas fuertes, artificiales, vulgares diría yo, hemos ido perdiendo la capacidad de identificar los verdaderos olores, los no inventados. Hace miles de años, si nos fallaba el olfato, podíamos acabar siendo la merienda de un diente de sable. Ahora, aunque el mundo es infinitamente más peligroso de lo que era en la época cuaternaria, la nariz a muchos ya solo les sirve para respirar, para estornudar o para sonarla de vez en cuando y la verdad puede convertirse, en combinación con un buen vino, en algo mucho más divertido que andar imitando el sonido de una trompeta.
Thursday, September 1, 2011
40 y 20 ( II )
Le toca el turno a los blancos en el tema de las temperaturas. Si no les importa, me voy a permitir empezar con una pequeña aclaración: el mejor vino blanco, es un vino blanco y aunque suene a verdad de Perogrullo, es necesaria la aclaración para enfrentar una triste consigna que asegura, con el mayor desparpajo, que “el mejor vino blanco, es un vino tinto”. Nada más oír tremenda blasfemia hace que me suba la bilirrubina, me baje la presión y que retiemble en sus centros la Tierra, en especial durante este mes más que en cualquier otro, dicho sea de paso. Y es que no se vale, a ver, ya en serio, qué les ha hecho el vino blanco para que se pongan en ese plan. ¿Qué puede haber más adecuado que un vinito blanco para estos calores, o su primo hermano el rosado. Ya platicaremos por qué uno sale blanco y el otro sale rosado (hablamos de colores, aclaro). Ambos deben ser consumidos a temperaturas más bien frías, dependiendo de las características de cada vino. La semana pasada comentamos que a los tintos los vamos a refrescar más si son vinos ligeros y menos si no lo son tanto. Con los blancos vamos a tratar de seguir esta sencilla regla al momento de consumirlos: mientras más dulces más fríos, mientras más secos, menos fríos. En cuanto a la conservación podemos seguir las mismas recomendaciones que para con los tintos, es decir los 17 grados centígrados ( 63 grados Farenhait) que señalamos la semana anterior. Ahora bien, como diría Jack el Destripador, vamos por partes. Cuando hablamos de vinos blancos secos, al igual que los rosados, la temperatura de consumo debe rondar entre los 10 y los 13 grados centígrados (50 a 55 Farenhait más o menos), los dulces entre 4 y 6 grados centígrados (alrededor de los 39 a 40 Farenhait). Los vinos blancos dulces finos merecen comentario aparte. Son vinos con un alto contenido de azúcar residual, que no es lo mismo que el azúcar refinado, que es el que usamos en casa para endulzar artificialmente los alimentos. El azúcar residual se encuentra en la misma uva y se obtiene por distintos métodos, de los que hablaremos en otra ocasión (cosecha tardía, invasión de hongos o pasificación) y que permiten que parte de los azúcares naturales del vino subsistan al proceso de fermentación logrando vinos muy dulces a través de procedimientos estrictamente naturales. Lo que importa en este momento es que ustedes recuerden que existen vinos que pueden ser manipulados artificialmente, en este caso logrando un grado de azucarado o de dulzor que no se obtiene por medios naturales sino por la intervención directa del enólogo. En general, los vinos blancos dulces que pueden ustedes encontrar en el mercado y que no lo son por medio de procesos naturales, tienden a ser muy baratos. Los otros, los dulces naturales, normalmente son vinos caros. Cambiando de tema, si necesitan transportar el vino, sea tinto, blanco o rosado porque lo compraron en otra ciudad, porque se están mudando de casa, o porque se lo van a llevar a un lugar lejano, no deben preocuparse demasiado, los vinos hoy en día son bastante aguantadores. La idea es que no se les exponga a cambios bruscos de temperatura ni a movimientos exagerados. Cuando vayan a mandar vino fuera de la ciudad les recomiendo utilizar los servicios de una compañía de mudanzas, si se trata de los meses menos calurosos. Cuando entramos en los meses veraniegos lo más recomendable es el avión, ya que el trayecto se hace corto y no se expone a los vinos a temperaturas muy calurosas. Finalmente les voy a pedir a quienes comen o cenan fuera de casa de vez en cuando o a quienes lo acostumbran entre horas de oficina, que seamos más exigentes con la temperatura de la copa o la botella que pidamos para acompañar nuestros alimentos. Pocos son los restaurantes de Tijuana, de Mexicali o de Ensenada, que han tomado la acertada decisión de adquirir uno de esos refrigeradores de los que hablamos antes. Señores, ¿tienen el valor o les vale? inviertan en sus clientes, respeten a sus comensales, qué les cuesta sacar un aparatito de esos a doce meses sin intereses en una de esas tiendotas que hay a la vuelta de su negocio. Les prometo que todos vamos a pasar la voz: oye, ¿ya sabes que fulanito ya compró su refri para vinos, pues vamos a darnos una vuelta. Así va a estar, se los prometo. A mí me da un gusto enorme ver que cada vez más y más gente disfruta de una buena botella de vino, o por lo menos acompañan sus platillos con una copa. Si quienes manejan los restaurantes o sus propietarios se percatan de ello, pues es el momento de hacer las cosas bien para beneficio de todos. Tenemos que empezar por tener siempre presente que el vino debe ser consumido a una temperatura diferente a la que tenemos la mayor parte del año en la zona donde vivimos. Los franceses dicen que el vino debe tomarse a una temperatura a la que ellos llaman ¨chambre¨, es decir, la temperatura del cuarto. Está muy bien cuando la temperatura de sus cuartos es, precisamente, 17 grados centígrados la mayor parte del año, pero aquí tenemos que ayudarnos con ciertos artilugios para disfrutarlo tanto como ellos, lo que no parece tan complicado.
40 y 20 (Subtítulo)
No crean que vamos a hablar de uno de los éxitos más aclamados del príncipe de la canción; lo siento por los melómanos, pero no va por ahí. Más bien se trata de calores y fríos, digamos de grados centígrados (Celsius, si quieren apantallar a alguien) o sus equivalentes en la escala de Farenheit a la que tan acostumbrados estamos por estas tierras. Con estas dos escalas termométricas nos vamos a organizar para platicar un poco de las temperaturas a las que es recomendable conservar, transportar y consumir el vino. Así como Superman, tan fuerte él y tan apuesto, se ponía de veras mal con la kriptonita, vamos, de plano perdía el estilo, andaba patidifuso y daba verdadera lástima, convirtiéndose en el hazmerreír de la comunidad superhéroe hasta que se alejaba de ella, pues al vino le pasa más o menos lo mismo con el calor. Es, sin lugar a dudas, uno (no el único) de sus peores enemigos. Por lo tanto cuidémoslo de las altas temperaturas a toda costa. Esto no quiere decir que lo vamos a meter al refrigerador y asunto arreglado, tampoco. No es tan fácil, recuerden que estamos frente a una bebida compleja cuyos elementos químicos (naturales) continúan un proceso constante de acoplamiento y de maduración en algunos casos, que no puede ni debe ser violentado con cambios bruscos de temperatura. Vivimos en una zona de producción vinícola, cierto, sin embargo las temperaturas a medio día y sobre todo en estos meses, suelen ser muy elevadas llegando hasta los cuarenta grados, arriba de los cien Farenhait, lo que no es recomendable para la buena conservación o el consumo del vino, sea blanco, rosado o tinto. Por razones de espacio vamos a dividir en dos la referencia general sobre el asunto y en esta ocasión vamos a hablar de la conservación y el consumo del vino tinto. Un lugar fresco con poca luz y poco ruido es el ideal para guardar el vino, sin embargo hoy en día existen pequeños refrigeradores fabricados especialmente para la conservación del mismo que no son caros y tienen capacidad para veinte o treinta botellas, lo que no está mal para empezar. El refrigerador de la casa no es recomendable por tres razones: a) su temperatura es demasiado baja para el vino, estamos hablando de tres o cuatro grados centígrados sobre cero (demasiado frío), b) su uso más o menos intensivo provoca encendido y apagado de la luz interior lo que inhibe la estabilidad del vino y c) tratándose de un área común de dominio incierto, pueden llevarse la nada agradable sorpresa de que las cebollas o el pollo ocupen, sin previo aviso, el sitio de sus botellas por razones de espacio y porque “perecedero mata frasco” y, a ver, aléguenle al ampáyer.
La temperatura ideal para conservar vinos por un periodo más o menos largo, es decir entre tres y seis meses, es de 17 grados centígrados (63 F ), difícil lograrlo sin el famoso refrigerador de vinos, pero si no se puede, busquen un lugar en la casa en que haya poco movimiento, temperatura estable y poca luz (closet, bodega). La de consumo del vino rojo o tinto no debe ser mayor a los 20 grados centígrados (68 o 69 F ), un poco menos si se trata de vinos ligeros, digamos la que les recomiendo para guardarlos. Como ven y no hablo del verano mexicalense, las temperaturas en nuestra tierra pueden variar hasta veinte grados entre lo ideal y lo real a la hora de tomarnos un vino tinto. Lo que sí se vale es poner a enfriar un rato la botella en el refrigerador de la cocina (10 a 15 minutos, antes de abrirla, vigilando siempre los movimientos de las cebollas y el pollo) y, si de plano hace mucho calor, dejarla en una cubeta o hielera con hielo y agua mientras se consume, cuidando que no se enfríe demasiado. La próxima vamos a referirnos a los blancos y rosados y a los restauranteros conscientes y a los no tanto con relación al tema.
EL VELO INÚTIL.
Los humanos solemos complicarlo todo. Cuando nos dimos cuenta lo entretenido que era hacer las cosas de manera truculenta y rebuscada nos pusimos de lo más contentos y aprendimos muy rápido a dejar de disfrutar la vida simple. El mundo del vino por supuesto, no fue la excepción. Un buen día, hace muchísimo tiempo, un cuate que no tenía nada que hacer dejó olvidadas unas uvas en un ánfora (así les decían antes a las jarras). Unos días después y antes de vaciar su contenido se acordó que su mamá le había dicho que en esa casa nunca se tiraba nada y se empinó el contenido. Descubrió, sin querer, que esa planta silvestre y trepadora a la que después se conocería con el nombre de vitis vinifera, una vez fermentado su fruto, les regalaría a hombres y mujeres este milagro de la naturaleza que nos acompañará por los siglos de los siglos: el vino de mesa.
Muchos años después de que el vino fue simplemente el producto del trabajo y la paciencia de la iniciativa individual o familiar, pasó a convertirse en algo más complejo, se reguló su elaboración mediante leyes, reglamentos y edictos de autoridades y asociaciones. Nacieron entonces las clasificaciones, las zonas determinadas y las denominaciones de origen, para bien y para mal, como todo. De la manita, surgieron los sumos sacerdotes y con ellos los premios y las calificaciones. Al respecto quisiera hacerles algunas recomendaciones.
Va la primera: Desconfíen de los premios y las calificaciones si son tan amables. Los premios sirven para:
1). Hacer sentir importante al productor.
2). Darle oportunidad a la vinícola distinguida para elevar de inmediato sus precios.
3). Entretener al respetable.
4). Las tres anteriores al mismo tiempo.
Pensemos por unos instantes en el famoso concurso llamado, con inaudita arrogancia, Miss Universo (¿no habrá otras chicas intergalácticas en otros planetas dispuestas a desfilar frente a un selecto grupo de extraterrestres con la piel y el rabo verde?). En fin, tomo el caso como ejemplo ya que en la última edición del certamen para algunos debió ganar la señorita de Costa de Marfil o la de Andorra, por poner dos ejemplos, y no la de Venezuela. Sin embargo el jurado decidió que la mujer más hermosa del mundo es la de Venezuela y háganle como quieran ¡Bienvenidos amigos al mundo de lo subjetivo! en donde el que se ríe se lleva, eso que ni qué. Si a los señores y señoras del jurado les pareció que la señorita de Venezuela es la más guapa del mundo, háganle como quieran. Con los vinos pasa lo mismo, si nos dejamos guiar por la lista de premios acabaremos convencidos que tal o cual vino es mejor que el otro. Tenemos que ir aprendiendo a ser nuestro propio jurado. Eso sí, cuidado con el argumento de que el mejor vino es el que más me gusta. Eso lo vamos a decir cuando hayamos probado muchos. Así es que, poquito a poco, vamos creando nuestros propios criterios y respetando las opiniones de los demás para guiarnos y no para dejarnos influir. Como dice una de mis hijas, la peor “influenza” es la influencia humana y creo que tiene razón.
En cuanto a las calificaciones, bueno, qué les puedo yo decir. Hay quienes ya no se toman un vino que no haya sido calificado por la revista Wine Spectator de Marvin Shanken o que no haya sido mencionado, favorablemente claro, por el temido y lapidario Robert Parker. Y es que muchos se dejarán llevar por lo que los gurús digan, pero creo que se van a perder la emoción del descubrimiento como una forma de ejercicio personal y van a perseguir una presa exótica dejando ir muchas otras en el camino. Que nos vamos a equivocar, sí, la verdad muchas veces, pero cuando le atinamos la satisfacción es grande. Nomás les digo algo pero no le digan a nadie: hay productores que estudian las calificaciones de Robert y se ponen a hacer vinos como le gustan, para ver si los voltea a ver, ¿qué opinan? El velo inútil es todo aquello que creemos o asumimos como cierto por miedo a disentir, por ignorancia o, simplemente por la flojera de llegar a una conclusión personal, dejando en manos de otros lo que debería ser una decisión personal. Que sean los demás quienes decidan por nosotros, total, ellos son los expertos ¿no? Pues fíjense que no es así. En el mundo del vino, como en tantas otras cosas de la vida, las decisiones personales nos acercan más a nuestra verdad individual, esa cosa única e irrepetible que somos cada uno. Podemos ir por la ruta de los vinos de acuerdo a lo que dicen los libritos o de acuerdo a lo que dicen nuestros sentidos. La primera vía es, en apariencia, la más segura, la segunda la más divertida y enriquecedora.
Nos vemos hasta la próxima y mientras tanto ¡Salud!
Dionisio del Valle
Primero, que a nuestra generación le toque el privilegio de tener acceso a una variedad casi ilimitada de vinos y me refiero a la oferta de todo tipo de ellos (blancos, rojos, rosados, para postre, para aperitivo y un largo etcétera) en cantidad y calidad. Segundo, que la abrumadora mayoría de esa oferta vinícola está diseñada para beberse el mismo día que alcanza los anaqueles de los mercados. Tercero, que podemos encontrarlos casi en cualquier parte y con un mínimo de información que nos permite orientarnos con relación a tan basta oferta. Pensemos en las grandes cadenas de supermercados que ya destinan áreas específicas para los vinos y, muchas de ellas, los separan por países de origen, tipos de vino, tipos de uva. A veces hasta haciendo breves descripciones de las características generales de uno u otro producto.
Si a todo esto le agregamos el hecho de vivir en una zona bendecida por la naturaleza para la producción vinícola, hacia el norte y hacia el sur, nos sentiremos entonces en el mejor de los mundos posibles para conocerlo, disfrutarlo y compartirlo.
La gran oportunidad que me brinda este espacio la quisiera aprovechar, si ustedes están de acuerdo, para varias cosas: me gustaría poder animar a quienes empiezan a probar y a descubrir el vino a que lo sigan haciendo, compartiendo con ustedes anécdotas y comentarios que nos puedan ayudar a ser más asertivos a la hora de seleccionar un vino, proporcionando datos sobre sitios que pueden ser visitados, en fin, cosas que nos ayuden a disfrutar sin gastar demasiado.
También quisiera ponerlos al tanto de las actividades que se lleven a cabo a lo largo del año en nuestros valles en Ensenada, en Tijuana, Mexicali, Tecate o Rosarito, ya que no sólo existen las fiestas de la vendimia, que, como muchos de ustedes saben, se desarrollan durante las tres primeras semanas de agosto en el Valle de Guadalupe. Hay eventos muy atractivos, como el festival de los viñedos en flor, el festival de las conchas, o muestras gastronómicas en las que el invitado principal es el vino y que se llevan al cabo en distintas épocas del año y muy cerca de donde vivimos.
Existen muchas revistas especializadas cuyos expertos se dedican a probar miles de vinos diferentes en todo el mundo para orientar a quienes se interesan en la materia. En México existen publicaciones especializadas que, estoy seguro, nos permitirán mencionar artículos de interés para todos nosotros. En algunos casos invitaremos a los protagonistas mismos para que compartan sus experiencias y nos ayuden a caminar por las rutas de nuestros vinos.
Y hay otra cosa muy importante que vamos a hacer juntos: quitarle el manto de lo sagrado, de lo misterioso y de lo sangrón al acto de disfrutar el vino. Que no le digan, que no le cuenten que esto es para iniciados. Los ritos del vino (percepción de aromas, ejercicio de la memoria olfativa, reglas lógicas de conservación, servicio del vino, por mencionar algunos) son recomendables pero pueden y deben ser divertidos. Nada de caras largas y altas dosis de seriedad. No vamos a jugar ajedrez nada más vamos a alimentar el cuerpo y el espíritu con esta bebida sin igual que nos ha acompañado desde que el hombre es hombre y la mujer mujer, faltaba más.
Mientras tanto ¡Salud!
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